Rosakebia Liliana Estela Mendoza. Chiclayo, Perú, 1990.
La mujer que no pudo ser luna.
Estos poemas pertenecen a su libro Fiesta de disfraces (inédito).
4
Fui muda hasta los 13 años.
Boca que no se sabe espada en otra boca.
Fui muda hasta los 13 años.
No me avergüenzo, no me tengo lástima.
Todos me daban regalos.
Si usted se lava las manos antes de comer...
Si come dos cucharitas más...
Si cepilla sus dientes después de comer...
Noción del tiempo en pocas palabras.
Desde entonces, ruma de días, avenidas interminables,
ruidos delirantes, carros que se dirigen a mí.
Grandes edificios se esmeran en aplastarme.
Fui muda hasta los 13 años.
Desde entonces, la gente suele repetir las mismas preguntas.
Me preguntan por la sed, por el horror.
Quizás por eso me cuesta tanto hablar con extraños.
Trato de explicarme.
Digo que no fui yo quien arruinó la noche.
11
¡Cómo duele la sangre en la sangre!
¿Qué quiso decir? Defiéndase.
Quizás la sangre indolora es un privilegio.
Quizás la muerte no es para los más enfermos,
los más sucios, solos o desgraciados.
Sin embargo, escribo prehistórica,
predispuesta al nacimiento del fuego,
a la salvación de otra criatura.
14
En lo personal, no me provocan comezón
las personas que saludan con su mano ortopédica,
transpiran por la nariz o pueden enrrollar la lengua en U.
Ni quienes tienen un lunar en el ojo,
el lóbulo de la oreja pegado a la cara o una herida abierta.
Descubrir un lunar en el ojo de nuestro interlocutor enternece la plática.
No se cambia el semblante
ni me andan hormigas por las piernas
cuando mi abuela enferma le pregunta a la vida:
¿Usted vino a quedarse?
En general, admiro a quienes
suben a la silla para cambiar el agua del florero,
abren las envolturas con los dientes,
caminan con el miedo de pisar pájaros ciegos.
A quienes en la escuela tuvieron la experiencia
de derramar el juego sobre el uniforme.
Admiro a los que duermen donde no deben dormirse,
a las nietas que tienen el nombre de la abuela muerta
antes de la muerte de la abuela,
a las prostitutas que barren su esquina y se maquillan al sol.
20
Se terminó el amor.
De repente, ya no sabía escribir, ni leer.
Yo imitaba a alguien que vivía.
Creí que eso era un acto de amor.
Yo imitaba a alguien que escribía.
A eso le llamé literatura.
23
—Estaba viva, escuchaba, hasta que la toqué
y cayó derrumbada como una pluma.
— Ya me puse el alma. ¿El día llegará?
— Una pájara se comía las plumas cuando tenía frío.
— Ya me puse el cuerpo. ¿El día llegará?
— Siempre se vistió sucia, con trapos viejos y orinados,
hasta que murió, la enterraron desnuda, era hermosa.
— Ya me puse el cuerpo y el alma. ¿La vida llegará?
25
Experimento el abandono
como si fuese un corazón subyugado
a las intermitencias de la noche.
El corazón vacío es el vacío de todas las cosas.
El abandono como una tercera mano
alrededor del cuello, en la bañera,
en un estrechón de manos en la calle más triste,
en una calle abandonada.
El abandono como rostro humano,
como nombre, como sexo,
como perrito asustado en un rincón.
Lo incorrecto en el lugar indicado e incendiado.
Es difícil recuperar el equilibrio,
padecer una muerte que no se ve
e incorporarse del amor a lo desconocido,
finalmente hacia el amor.
Esta vez seré viento que abandona y no la abandonada.
El fuego en los ojos de los muertos,
en la cerradura, en imágenes horrendas.
La mujer que no pudo ser luna.
Estos poemas pertenecen a su libro Fiesta de disfraces (inédito).
4
Fui muda hasta los 13 años.
Boca que no se sabe espada en otra boca.
Fui muda hasta los 13 años.
No me avergüenzo, no me tengo lástima.
Todos me daban regalos.
Si usted se lava las manos antes de comer...
Si come dos cucharitas más...
Si cepilla sus dientes después de comer...
Noción del tiempo en pocas palabras.
Desde entonces, ruma de días, avenidas interminables,
ruidos delirantes, carros que se dirigen a mí.
Grandes edificios se esmeran en aplastarme.
Fui muda hasta los 13 años.
Desde entonces, la gente suele repetir las mismas preguntas.
Me preguntan por la sed, por el horror.
Quizás por eso me cuesta tanto hablar con extraños.
Trato de explicarme.
Digo que no fui yo quien arruinó la noche.
11
¡Cómo duele la sangre en la sangre!
¿Qué quiso decir? Defiéndase.
Quizás la sangre indolora es un privilegio.
Quizás la muerte no es para los más enfermos,
los más sucios, solos o desgraciados.
Sin embargo, escribo prehistórica,
predispuesta al nacimiento del fuego,
a la salvación de otra criatura.
14
En lo personal, no me provocan comezón
las personas que saludan con su mano ortopédica,
transpiran por la nariz o pueden enrrollar la lengua en U.
Ni quienes tienen un lunar en el ojo,
el lóbulo de la oreja pegado a la cara o una herida abierta.
Descubrir un lunar en el ojo de nuestro interlocutor enternece la plática.
No se cambia el semblante
ni me andan hormigas por las piernas
cuando mi abuela enferma le pregunta a la vida:
¿Usted vino a quedarse?
En general, admiro a quienes
suben a la silla para cambiar el agua del florero,
abren las envolturas con los dientes,
caminan con el miedo de pisar pájaros ciegos.
A quienes en la escuela tuvieron la experiencia
de derramar el juego sobre el uniforme.
Admiro a los que duermen donde no deben dormirse,
a las nietas que tienen el nombre de la abuela muerta
antes de la muerte de la abuela,
a las prostitutas que barren su esquina y se maquillan al sol.
20
Se terminó el amor.
De repente, ya no sabía escribir, ni leer.
Yo imitaba a alguien que vivía.
Creí que eso era un acto de amor.
Yo imitaba a alguien que escribía.
A eso le llamé literatura.
23
—Estaba viva, escuchaba, hasta que la toqué
y cayó derrumbada como una pluma.
— Ya me puse el alma. ¿El día llegará?
— Una pájara se comía las plumas cuando tenía frío.
— Ya me puse el cuerpo. ¿El día llegará?
— Siempre se vistió sucia, con trapos viejos y orinados,
hasta que murió, la enterraron desnuda, era hermosa.
— Ya me puse el cuerpo y el alma. ¿La vida llegará?
25
Experimento el abandono
como si fuese un corazón subyugado
a las intermitencias de la noche.
El corazón vacío es el vacío de todas las cosas.
El abandono como una tercera mano
alrededor del cuello, en la bañera,
en un estrechón de manos en la calle más triste,
en una calle abandonada.
El abandono como rostro humano,
como nombre, como sexo,
como perrito asustado en un rincón.
Lo incorrecto en el lugar indicado e incendiado.
Es difícil recuperar el equilibrio,
padecer una muerte que no se ve
e incorporarse del amor a lo desconocido,
finalmente hacia el amor.
Esta vez seré viento que abandona y no la abandonada.
El fuego en los ojos de los muertos,
en la cerradura, en imágenes horrendas.
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